El agua siempre ha tenido para mí un sentido profundo.
Como mujer, comprendo cómo las mujeres y ni?as se ven afectadas de forma desproporcionada por los desafíos relacionados con el agua. En muchas partes del mundo la escasez de agua y el acceso limitado al agua apta para el consumo les imponen una carga desigual y las obligan a recorrer grandes distancias en busca de agua para su familia.
Sin embargo, las mujeres también son promotoras del cambio. Tengo la convicción, corroborada sistemáticamente por datos científicos, de que el liderazgo de mujeres en la esfera del agua arroja resultados más sostenibles y equitativos, no solo en esa esfera, sino también en el resto de sectores del desarrollo.
También estoy convencida de que la responsabilidad en materia de gestión del agua va más allá de compromisos mundiales o mandatos institucionales: se dirige a nuestra existencia misma, a nuestra dignidad y a la vida de las generaciones venideras. Hablar de agua no es solo hablar de infraestructura o sistemas: es hablar de supervivencia. Se refiere a proteger los fundamentos de la vida y los medios de subsistencia.
Por eso tiene tanto peso la responsabilidad de cumplir los compromisos mundiales en el ámbito del agua. No se trata de políticas sin más; se trata de mejorar la vida en todas partes, la de todos, especialmente en el caso de quienes se quedan atrás con más frecuencia.